Relatos:

Enviado por Andrés Juez Muñoz...

"Primer Manifiesto del Surrealismo"

[...]Tanto ver la Fe a la Vida, a lo que en la vida hay de más precario -me refiero a la vida real-, que finalmente esa fe se pierde. El hombre, soñador impenitente, cada día más descontento de su suerte, da vueltas fatigosamente alrededor de los objetos que se ha visto obligado a usar, y que le han proporcionado su indolencia o su esfuerzo; casi siempre su esfuerzo, ya que se ha resignado a trabajar, o, por lo menos, no se ha negado a tentar su suerte (¡lo que él llama su suerte!). Una gran modestia constituye actualmente su patrimonio: sabe cuáles son las mujeres que ha poseído y en qué ridículas aventuras se ha enredado; tanto su fortuna como su pobreza le son indiferentes -pareciéndose en esto a un niño recién nacido-, y en cuanto a la aprobación de su conciencia moral, admito que prescinde de ella sin gran esfuerzo. Si conserva cierta lucidez no le queda sino volverse para mirar atrás, hacia su propia infancia que, por mutilada que haya sido gracias a los cuidados de sus domadores, no por eso deja de parecerle llena de encantos. En ella, la carencia de cualquier rigor conocido le otorga la perspectiva de vivir varias vidas simultáneas; se arraiga en esta ilusión y sólo quiere saber de la facilidad instantánea y extrema de todas las cosas. Cada mañana los niños parten sin preocupación. Todo está cerca, las peores condiciones materiales resultan maravillosas. Los bosques son blancos o negros, no se dormirá jamás.

Aunque es cierto que no se puede llegar tan lejos, no depende esto sólo de la distancia. Las amenazas se acumulan y uno cede, uno abandona parte del terreno a conquistar. Aquella imaginación, que no reconocía límites, ahora sólo se la dejan utilizar subordinada a las leyes de utilidad arbitraria; incapaz ella de asumir por mucho tiempo empleo tan inferior, generalmente prefiere, cuando el hombre cumple veinte años, abandonarle a su destino sin luz.

Cuando, con el andar del tiempo, el hombre -que nota la pérdida progresiva de todas las razones de vivir y la incapacidad en que se encuentra ya de colocarse a la altura de cualquier situación excepcional, el amor por ejemplo-, quiera intentar una reacción, ya no podrá tener éxito. Pertenecerá en adelante, en cuerpo y alma, a una imperiosa necesidad práctica que no admite postergaciones. Faltará a sus gestos amplitud, y a sus ideas, envergadura. De todo lo que le ocurra o pueda ocurrirle, sólo tomará en cuenta lo que relacione este acontecimiento con una multitud de acontecimientos análogos en los que no ha tomado parte: acontecimientos fallidos. Yo diría que juzgará ese acontecimiento relacionándolo con uno de aquellos que, por sus consecuencias, resulte más tranquilizador que los otros. Bajo ningún pretexto verá en él su salvación.

André Bretón